viernes, 29 de agosto de 2008

La vergonzosa historia del "pitidito" en el tren

Llevaba un tiempo sin escribir, porque no recordaba ninguna historia peculiar.....Que no recuerdo una!!!, joder que si recuerdo.... "La vergonzosa historia del "pitidito" en el tren".

Hace un par de años, mis abuelos vinieron a pasar unos días con nosotros a Miranda, ahora no recuerdo si fue en verano o en Navidades. El caso es que para la vuelta a Madrid habíamos decidido que yo les acompañaría en el viaje en tren para ayudarlos con las maletas. Durante esos últimos días en Miranda mi abuelo no paraba de tener problemas con el audífono. Se supone que el aparato emite un pitido como señal de que algo no funciona. Una mala colocación en la oreja, falta de pila....no se , no soy un experto en audífonos, de todas formas para una persona sorda, un pitido no es el mejor "aviso",...digo yo. Como iba diciendo, mi abuelo tenía problemas y el aparato no dejaba de pitar, un pitido no muy fuerte, pero muy desagradable, y que te dejaba un dolor de cabeza que no veas.
Nosotros no parábamos de decirle a mi abuelo que el aparato le pitaba; él se lo volvía a colocar en la oreja, dejaba de pitar unos segundos y al rato otra vez volvía. Se lo volvíamos a decir, y él ya empezaba a mosquearse y a decirnos que funcionaba perfectamente, que la pila estaba nueva. ""Que si que si, abuelo, pero que está pitando"", ""Que no niño que esto funciona perfectamente"", decía él. Cuando se lo decías cinco veces y no conseguías nada (más que aumentar su enfado) acababas por aceptarlo y solo quedaba rezar para que el pitido dejase de sonar.
Una vez fuimos a un restaurante. A mi abuelo le debía pitar el audífono pero nosotros tras varios días con el pitido en la cabeza, ya ni lo distinguíamos. Parecía formar parte de la banda sonora de nuestras vidas. De repente, veo que se acerca el camarero a la mesa, mira por los alrededores y se va. Al cabo de unos segundos vuelve a venir con otro compañero, los dos frunciendo el ceño para agudizar el sentido auditivo, rodeando la mesa, sin decir nada. Cuando les vimos a los dos mirando el aparato de aire acondicionado, caímos todos en la cuenta. ""Perdonar, creo que no es el aparato de aire acondicionado lo que pita...."....."Abueeelo....el audífono".
Madre mía que vergüenza.
Otra vez en la iglesia, (está historia no la puedo corroborar porque yo no estaba presente), el cura le debió llamar la atención, porque el pitido se acoplaba por el micrófono y los altavoces.

Ay Dios.
Pues una vez ya puestos en antecedentes empiezo con la historia del viaje en tren.


Entramos en el vagón en Miranda y nos colocamos en nuestros asientos. Mis abuelos juntos y yo justo detrás de ellos. Pasa el revisor (siempre me gustó llamarle tiquetero, porque lo que es revisar no revisa mucho) y le entrego los 3 billetes. Hasta aquí ningún problema. Cuando el revisor se disponía a volver hacia el vagón de máquina ( o a la cafetería a tomarse un cubata que se yo), oigo que el tipo que se sienta detrás mío le llama:

- ""Perdone...sí sí usted...oiga...es que no sé...llevo un rato escuchando un pitido, no se que será pero es que es bastante molesto...."

...Madre mía, yo no sabía donde meterme.

- "Y desde cuando lo lleva escuchando" dijo el revisor...

- "Creo que, desde poco después de salir de Vitoria, no sé....",

Claro que no sabes, pensé yo. Desde que mi abuelo entró en el vagón; ese fue el momento exacto...

- "Pues no sé, intentaré averiguarlo", concluyó el revisor.

No se si fue la vergüenza que me embargaba, o el bloqueo que me provocaba el tener una nueva discusión con mi abuelo por el audífono, pero el caso es que no se me ocurrió otra cosa que escurrirme en mi asiento y simular que escuchaba música a través de unos cascos no conectados. Ya sé que debería haberles dicho que ese ruido se trataba del audífono de mi abuelo, o al menos intentar avisar a mi abuelo de forma disimulada,... que se yo, lo único que sé es que tomé esa decisión y me mantuve firme todo el viaje. Solo rezaba y pensaba "Si es verdad que existe un Dios justo, seguro que no tiene inconveniente en cesar este ruido infernal". Quizás por mi reacción cobarde ese Dios "Justo", decidió prorrogar el sonido durante todo el viaje.

Llegamos a Aranda (todavía Aranda). De repente, con el tren parado en la estación, se apagaron los motores y las luces. Nos quedamos a oscuras con un pitido. "piiiiiiiiiiiiii". Imaginense. Al poco tiempo apareció el revisor para hablar con el tipo de detrás:

- "Hemos apagado todo y no encontramos ningún fallo. Puede que el fallo esté en el circuito de la luz de emergencia, pero no podemos desconectarlo hasta que lleguemos a Madrid"

Ya había molestado a toda la gente de un vagón, a un revisor, a un mecánico y por si eran pocos, en cuanto llegasen a Madrid iban a revisar el circuito de emergencia que funcionaba perfectamente.

- "En el vagón de delante hay sitios libres si quiere puede cambiarse", dijo el revisor
- "Si, Si, me cambio porque esto es inaguantable".

A estas alturas ya no podía escurrime más en mi asiento.

Faltaban más de dos horas para llegar y yo no podía más. Ya no había nadie en el vagón que no estuviese enterado del ruido. Menos mal que todavía no habían caído en el audífono de mi abuelo.

De repente y sin venir a cuento, mi abuelo se levanta. Me mira y me hace una indicación para que me quite los cascos (que aun conservaba en mis oídos como escusa en el caso de que todo se descubriese):

- "Que me voy a la cafetería a por algo de beber para la cena. ¿Quieres algo?"

Cuando estaba a punto de pedirle una cerveza, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Pero como voy a dejarle marchar. Si sale del vagón y el pitido cesa, y entra y el pitido vuelve, la gente va a empezar a atar cabos...

- "No te molestes, ya voy yo que así estiro las piernas"

- "Muchas gracias hijo"

Ufff, había librado. Sólo esperaba que su vejiga funcionase bien, porque contra eso no tenía plan eficaz.

Cuando volví de la cafetería, ahí estaban los dos comiendo el bocadillo. Oía el pitido, continuo y desagradable "piiiiiiiii", pero de repente algo inesperado pasó. Esta vez sí que me descubren, pensé.
Cada vez que mi abuelo masticaba fuerte el pitido en vez de ser continuo vibraba....era como..."piiiiiibiribirirpiiiiii"

Me senté y me puse los auriculares. Ya solo quedaba una hora. Miraba alrededor y vi como algunos agudizaban el oído hacia la zona de mi abuelo. Creo que ya estaban cerca de descubrir el enigma, pero quedaban solo unos minutos para llegar a Chamartín. Unos minutos interminables.

Cuando empezó a verse Madrid, mi abuelo empezó a recoger las cosas y ponerse la chaqueta. Me iba a fastidiar el plan. No podía dejarle salir el primero porque la gente se iba a dar cuenta. Yo le decía que todavía faltaba, que se sentase. Y él, que no, que había que coger un taxi y que había que salir de los primeros.
Cuando entramos en la estación ahí estaba mi abuelo preparado con su abrigo puesto y su maleta en la mano. En cuanto el tren paró, salió corriendo a bajarse. Yo le seguí detrás pero se me fueron colando unos cuantos viajeros entre medias. Primero uno, luego dos,luego tres,.....total, que cuando bajó yo todavía estaba en el tren y oí por segunda vez en el viaje (tras mi excursión a la cafetería) lo que era el silencio absoluto. También comprobé como algunos descubrieron el enigma del "pitidito" y cuchicheaban entre ellos mientras me miraban con cara de hostilidad.

Corrí hasta alcanzar a mis abuelos que casi estaban en la cola de los taxis. LLegó el taxi, entramos dentro y le di la dirección. Al cabo de un rato, vi como el taxista miraba la radio. Cuando empezó a pegarle unos pequeños golpecitos le dije:

- "Creo que lo que suena es el audífono de mi abuelo, no la radio"

- "Ahh"

Él se quedó tranquilo. Yo más.